La luz no atraviesa los cuerpos
Acaso por la grandeza del peso que los oprime
O la inmovilidad de los espíritus
Inmersos en los caldos espesos del fango
El maloliente vaho que el calor subraya
Agobiante como una celda
Ya no los sostiene
No los llena
No los une
Yo me reconozco más
En la nervadura de las hojas secas
Que en el vinagre que me nutre
Superfluo y dañino
Aunque el cirio se erija
Dulzón y ceroso
Sobre aquel mueble de nogal
Te ofrezco
Una voz deshilachada en lamentos convulsos
Y los restos que yacen en un charco sucio
Pero no llegan a saciar tu avaricia
¡Impiadosa!
¿Por qué no reparas
En mi mirada bovina
Que ruega descorrer el velo
Aunque sea inminente el desastre?
Cuando amanezca
Esta función desencajada
Habrá vuelto a su lugar
Diente por diente
Y la opereta
Continuará a través de la piel transpirada
Sin temor
Sin remordimiento
Sin torpeza
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